Todas las madres pasamos por el momento, a veces amargo, y las más, de miedo e incertidumbre, cuando nuestras hijas se enamoran por primera vez.
Obviamente, esto no sucede ni a los 20 ni a los 25 años, qué va, siempre es durante la adolescencia.
Muchas reaccionamos prohibiéndoles la relación y amenazándolas con encerrarlas en sus cuartos, sin celular ni teléfono ni computadora a la mano.
Otras otorgamos el permiso correspondiente, aunque el terror de que no sean lo suficientemente maduras como para saber llevar su relación, nos corcoma las entrañas.
Aun así, esta última es la que considero la mejor decisión. No creo en las prohibiciones antes de dar un voto de confianza. Todas nosotras hemos pasado por esos momentos, que ahora atesoramos como recuerdos hermosos de nuestra mocedad.
Por consiguiente, no me parece justo negarles a nuestras hijas la vivencia del primer noviecito.
Eso sí, creo por sobre todas las cosas, que nosotras, las madres, no somos las mejores amigas de nuestras hijas. Somos madres y punto.
En consecuencia, el diálogo sencillo, amigable y claro son las claves para llevar a buen puerto la relación madre - hija durante esta etapa de la vida.
Recordemos que entre los 13 y los 18 años, las mujeres tenemos inquietudes que no necesariamente queremos conversarlas con nuestras madres. Necesitamos un amigo especial, que sea nuestro confidente y cómplice de esos temas de juventud igualmente especiales. Para eso es el noviazgo, es decir una relación afectiva, emotiva y bonita, que no incluye sexo, porque a esa edad una relación sexual trae miles de problemas para toda la vida y sólo unos minutos de falso placer. Por eso, dialogar es la clave en esta etapa.