El muchachito tenía ocho años y ya se defendía vendiendo billetes y chances de lotería en los barrios más humildes de la ciudad de Colón.
Su madre luchaba sola para criar a cinco hijos. El la veía trabajar y, simplemente, no se quedó atrás. Aprendió a sobrevivir en extrema pobreza y a galopar en un mundo donde imperaba la ley del más fuerte.
Con su cabecita rojiza de cabello ensortijado, su cara pecosa y sonrisa pícara, como de vuelta de todo, fue levantándose, poco a poco, en un barrio difícil.
Con los años, su madre emigró hacia la capital junto a su prole, y el muchachito de pelo colora'o se mimetizó y, cual camaleón, se adaptó a un nuevo mundo.
Trabajaba de día y estudiaba de noche. Mil y un tropiezos tuvo en su caminar durante su niñez y accidentada adolescencia, pero seguía apoyando a su madre incondicionalmente.
Un día llegó a trabajar conmigo y entonces comenzó nuestra amistad. Por supuesto, aquel chico criado en las calles no era, precisamente, un ángel de la guarda. Pero a su favor debo decir, que sí tenía un buen corazón, el que escondía, y sigue escondiendo, tras una coraza de bravuconería y una risa socarrona. Se casó y formó una bonita familia. Su mamá sigue siendo el pilar de su vida.
Laboramos casi diez años juntos. Tras la invasión nos quedamos sin "chamba", pero un año después, por azares del destino, volvimos a ser compañeros de trabajo.
Hace unos días, entró a mi oficina, y sus grandes ojos negros de niño travieso, me miraron con timidez, pero a la vez con emoción. Yo lo miré y él se limitó a abrir un cartapacio donde estaban sus créditos universitarios, desde el primero hasta el último año. ¡Aquel niño que vendía lotería en las calles de Colón terminó una carrera universitaria! ¡Cuánto orgullo siento de ser su amiga! ¡Cuánta alegría me dan sus triunfos! Él es un vivo ejemplo de que un buen hijo siempre se convierte en un buen padre, y de que Dios, al final del camino, premia con bendiciones a quien lo sigue, aun sin darse cuenta. Para ese amigo, que sólo él y yo sabemos quién es, vayan mis respetos y mi admiración.