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Peripecias de un docente
Para llegar a sus escuelas, los maestros tienen que caminar largas distancias. (Foto: Jesús Eduardo Simmons / EPASA)

Jesús Simmons | DIAaDIA

Supermaestros. No hay otra palabra que defina mejor a los educadores que trabajan en las escuelas ubicadas en áreas de difícil acceso, donde las carencias son muchas y las comodidades son pocas.

Para dar a conocer esa cruda realidad, DIAaDIA se trasladó a Chiriquí con la intención de ir a uno de los centros donde fueron nombrados los educadores que exigían su permanencia.

Se llegó a Chiriquí el sábado 23 de mayo. Eran muchos los planes que se tenían y que se esfumaban por las dificultades que se presentaron.

Así pasó el lunes, llegó el martes, hasta que por fin, la madrugada del miércoles 27 de mayo viajamos con Kathia Cedeño, una de las 37 maestras que estuvo en la capital. Ella fue nombrada en la escuela Hato Común, a la que se llega después de caminar unas 10 horas.

Por cosas del destino, ese día el despertador no sonó a las 2:00 a.m. como estaba planeado, por lo que perdimos el viaje con la maestra. Al lograr contactarla, dijo que no podía esperarnos, ya que tenía que estar a las 5:00 a.m. en la comunidad de Llano Ñopo, donde la esperaban con los caballos que llevarían su pesada carga hasta la escuela.

Sin pensarlo dos veces abordamos el bus de David-Panamá y como a las 8:00 a.m. nos bajamos en la comunidad de Viguí, que es donde se toman las chivas (Pickup 4x4), que llevan a la comunidad de Llano Ñopo. Allí se empieza a caminar para llegar a la escuela de Hato Común.

Lastimosamente, cuando preguntamos por la educadora a una joven de contextura delgada y cabello negro, que se encontraba sentada en una pequeña fonda, dijo que ya se había ido.

Curiosamente, Liseth Hernández, como se llama la joven, era maestra y esperaba a su esposo que también es educador. Ellos iban rumbo a la escuela Alto Loro, donde para llegar también hay que caminar unas 10 horas.

Al rato llegó Michael Justavino, su esposo, en un pickup que transportaba un caballo al que llamaban "Culón". Sin otro lugar donde ubicarse, no quedó de otra que hacerle compañía al animal.

Por si fuera poco, en pleno camino de piedras el vehículo se quedó sin frenos, pero esto no fue impedimento para continuar, porque al mejor estilo de "Mc. Guiver", el chofer tomó un clavo, selló la fuga del líquido de frenos de la llanta derecha y siguió la travesía.

Después de varias horas, finalmente arribamos a Llano Ñopo, para luego seguir a pie hasta la escuela de Alto Loro.

La pareja de educadores almorzó sobre unas rocas al pie del río Tabasará, para reanudar la caminata que los llevaría a su destino.

No había pasado una hora de estar caminando, cuando el cielo se puso totalmente negro y un fuerte aguacero se dejó caer sobre las verdes montañas. Esto hizo más difícil el trayecto al ponerse lodoso el terreno. Ya eran pasadas las 2:00 p.m.

Cada vez que nos deteníamos para tomar un descanso sobre el llano, las garrapatas y pulgas se alojaban en las piernas de los caminantes y provocaban una desesperante picazón.

Más de siete horas nos tomó llegar a la Escuela Guacamaya, donde se pasó la noche. Allí nos acostamos en una cama de palo, ubicada en un diminuto cuarto construido con hojas de zinc.

A las 6:30 del jueves 28, emprendimos el viaje y después de cuatro horas más de camino, donde sólo se veían montañas y ríos, los maestros llegaron a la escuela Alto Loro.

Lea mañana la segunda entrega de este reportaje.





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