Querer es poder, si no, que lo digan en Guayaquil, Ecuador.
Escribo esto en el aeropuerto de Guayaquil, mientras espero el vuelo de regreso a Panamá.
En esta ciudad de Ecuador hay dos ejemplos dignos de imitar. El primero de ellos es la forma meteórica, ordenada y estética en que creció la urbe, gracias a una mancuerna exitosa: gobierno y empresa privada.
El alcalde actual, ya en su segundo periodo de mandato, se ha ganado el respeto de los contribuyentes gracias a que ha edificado proyectos turísticos que generan empleos a la vez que ha llevado al renglón turismo, del último a los primeros lugares de generación de ingresos.
Esto no ha sido casualidad. Se hizo con el impuesto sobre la renta de las empresas, y la voluntad política de quienes rigen el gobierno local.
El otro ejemplo es lo que ha ocurrido con el cerro de Santa Ana. Ésta era una zona de la ciudad en la que a nadie se le ocurría entrar, por su alto grado de delincuencia y peligrosidad.
Pero la visión de políticos sin agenda oculta permitió que el cerro se convirtiera en un destino turístico, donde las casitas brujas dieron lugar a coloridas casas restauradas de dos plantas, en las que vive la misma gente, pero que ahora tiene pequeños restaurantes, tienditas de artesanías y bares pintorescos, con los que se garantizan el sustento y se mantienen ocupados en lo que es productivo para ellos.
Y la gente... ¿roba o no roba? La respuesta es sencilla: Ésta es la zona más segura de la ciudad, después de que su gente participara en un programa intensivo del departamento de Trabajo Social para que cambiaran de actitud y, paralelamente, se le garantizara su sustento.
Fue una lucha titánica, pero no imposible. Esta gente humilde, de extrema pobreza, no sólo cambió su vida, sino que ahora se siente orgullosa de lo que han logrado. Y lo que es mejor, los guayaquileños no caben en el pellejo por todo lo que hoy les es propio.
Entonces... ¿Querer es poder? Definitivamente, sí.
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