El calor sofocante del día y el olor a agua estancada, merodean la vivienda.
Una pequeña barraca de madera, con sólo dos cuartitos, alberga a 10 miembros de la familia de Jesús, un niño de ocho años que padece desde su nacimiento parálisis cerebral.
En su azulada y pequeña hamaca, pasa todo el día en un rincón de la barraca, que ahora comparte con su hermanita de tres meses, quien aún no tiene nombre. Debajo, y muy cerca de él, duerme la siesta en una frazada que sirve de cama, porque no tiene cuna y Jesús no tiene cama.
Entre las rendijas del piso de madera de la vivienda, se ve claramente el agua sucia que corre por debajo.
DESESPERACION
Maylín Machuca, de 28 años, es la madre de Jesús. Contó que la falta de recursos impide que su hijo pueda tener comodidades. Por su embarazo, tuvo que dejar de trabajar y su esposo Edilio, en estos momentos, no tiene un empleo. Ahora ella recibe el apoyo de su padre, único miembro de la familia que tiene un salario.
Jesús, desde los tres meses, necesita una dieta especial, pero no la tiene y los controles médicos no son periódicos por la falta de ingresos.
Hasta los cuatro años, Jesús asistía al CRI, pero a medida que crecía, era más difícil sacarlo del barrio de Curundú, donde viven.
En colchoncitos tirados en el piso, duermen sus hijos y la humedad mantiene a Jesús resfriado, teme que pase lo mismo con la bebé.
Sólo quiere una ayuda para salir adelante, porque no le teme al trabajo.
CUANTOS
El censo de los indígenas, en Curundú centro, arroja unos 1, 600. Muchos niños tienen impedimentos físicos, desnutrición y bajo nivel académico.
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