Un periodista acumula tantas vivencias a lo largo de su carrera, que sorprende que no seamos capaces de publicar libros de crónicas, de manera más continua.
Eso tiene muchos porqués: dejadez, falta de interés, otras prioridades y, sobre todo, temor a no hacerlo bien.
Justo esta semana, mi muy apreciado amigo infografista de EPASA, Alejandro Ortiz, me hizo recordar una gira de trabajo que emprendimos juntos por Darién.
Cuando escribo esta columna me parece estar frente al confesionario, por eso tengo que confesar que siento nostalgia por estar hoy pegada a un escritorio, en lugar de estar haciendo periodismo de verdad, ese que se te mete en la sangre, que te hace sufrir, pero a la vez te divierte, porque amas lo que haces y sientes pasión por ello.
Precisamente eso fue lo que sentí durante esa gira. Estuvimos metidos en plena selva, donde los árboles son mezquinos con el sol y no lo dejan colarse por entre sus ramas.
Paso a paso nos adentramos en las trochas que usan los paramilitares, los guerrilleros, los desplazados y los aventureros sudamericanos para llegar a otros lares que les ofrezcan mejor calidad de vida.
Viendo las fotos de aquel mes de julio del 2002, recordé cuanta desconfianza sentí cuando nuestros guías, de origen colombiano, llevaban sus escopetas cruzadas en la espalda. Pero al mismo tiempo, sabía que eran necesarias.
Con cada paso, el peligro acechaba, la selva nos tragaba y la aventura se hacía más excitante. Mi compañero y yo estábamos viviendo lo mismo que aquellos que exponían sus vidas en aras de la libertad, de un mejor futuro o simplemente de comida.
Yo había recorrido gran parte de los pueblos fronterizos, y había navegado por el Tuira y el Chucunaque en balsas y en motores fuera de borda. Pero aquella vez era distinto, porque sabía que mucha gente había dejado su vida allí.
Sin embargo, si hoy me preguntaran si volvería a hacerlo, la respuesta inequívoca sería sí. Eso es periodismo, es tener contacto con la realidad. Es tener una historia que contar para que no se pierda en la nada el dolor, la tragedia y el sufrimiento de otros. Es tener la oportunidad de dar a conocer otra cara de la sociedad que muchos se obstinan en ignorar. Eso es vivir el periodismo, esa profesión ingrata que se cuela en el corazón y no hay poder humano que pueda sacarla.