Alberto dijo que cuando los hijos no reciben apoyo de sus padres entran en malos caminos. (Foto: ARNOLDO ZEBALLOS / epasa)
Carolina Sánchez P.
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"El calor de hogar se ha perdido en Panamá", expresó Alberto González. Él es un joven de 23 años, quien a los 16 años se convirtió en un niño de la calle. Sus metas de superación lo han llevado al éxito y hoy tiene bajo su responsabilidad escuchar a 65 adolescentes que pertenecen a Casa Esperanza.
A los 15 años, la vida de Alberto dio un giro radical, pues vivía en La Chorrera con su mamá y su padrastro, pero después vino a la ciudad a estar junto a su padre. "Mi papá enfermó de un cáncer en el estómago, que lo imposibilitó para trabajar, por lo que decidí hacerlo yo", aseguró Alberto.
Su primer trabajo fue cargando caliches cerca de Multiplaza, en donde estuvo por cuatro meses. Después de eso, vendía galletas, estampillas y cuanto objeto pudiera, todo con el propósito de ayudar a su papá.
Alberto tenía 16 años cuando fue abordado por una trabajadora social de Casa Esperanza. "Mi papá murió y sentí la necesidad de salir adelante, pues no había terminado la Premedia. No tenía el 100% de apoyo de mi mamá", dijo el joven.
Aceptó la ayuda de Casa Esperanza e ingresó a la escuela Nicolás del Rosario, en Los Andes N.º 2, donde terminó su Bachiller en Comercio y tiene como meta estudiar Diseño Gráfico.
Actualmente es educador y comparte con 65 jóvenes, quienes lo ven como un amigo. Reconoció que sabe que Dios siempre estuvo con él y ahora lo ha puesto a ayudar a otras personas.
PROBLEMAS
A través de los testimonios de los adolescentes confirmó que la desintegración de los hogares y las pandillas son los problemas que afectan a los jóvenes.