Alguien conocido, un colega a quien aprecio, me puso a jugar con una bola de papel y otra de hule este fin de semana.
Tenía que imaginar que la bola de papel era de cristal y la de hule, pues, era de hule y, por tanto, saltaba cuando la estrellábamos contra el piso.
Éramos un grupo de periodistas, entre corresponsales, editores y directores de periódicos, los que jugábamos con las dichosas bolitas. Era una dinámica de grupo, nada más.
Pero esa dinámica tonta, si se quiere, puso a más de uno a correr al teléfono para llamar a su familia.
¿Qué tiene que ver una cosa con la otra?, se preguntarán. Mucho. Veamos:
La bola de "cristal" representaba a la familia. Sí, esos seres que en conjunto son lo más querido que un ser humano tiene.
Todos nos habíamos separado por unos días de ella para trabajar en Chitré. ¡Y lloramos!
Resulta que el colega hablaba de que, muchas veces, nos dedicamos a trabajar horas y horas, mientras la familia espera en casa a ser atendida. Es muy importante para nosotros, como profesionales, quedar bien, hacer el mayor esfuerzo para sentirnos orgullosos de los logros alcanzados. ¡Y qué pechones nos sentimos cuando nos alaban por eso!
¿Y qué pasa con la familia mientras tanto? Ella sigue esperando a que nos sintamos orgullosos de atenderla. Es esa bola de cristal que quebramos sin darnos cuenta y cuyos pedazos no podremos nunca volver a pegar.
Cuando jugábamos con esas bolas, imaginando que la de cristal era la familia, no permitíamos que cayera al suelo. Pero no es lo mismo que hacemos de manera consciente, cuando dejamos de atenderla para alcanzar la gloria efímera del "éxito".
Vi correr lágrimas mientras trataba de ignorar las mías. Y me prometí que, de aquí en adelante, cuidaré la bola de cristal porque es el más preciado tesoro que tengo. Los invito a hacer lo mismo. ¡Sí podemos!
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