El 1 de abril de 1978 llegué a este mundo. Ese día tuve la suerte de poder ver los primeros rayos de luz al lado de un ser querido, mi madre.
Se preguntarán, por qué escribo de mi madre, hoy en el Día del Padre. Sencillo, mi madre, María Del Carmen Osorio, ha sido mi soporte maternal y mi guía paternal. O sea, mi madre padre.
Esa señora trabajaba a lomo partido para que nunca nos faltara nada. Esa mujer se puso los pantalones y dijo: “Mis hijos y yo seguimos adelante, sin la figura de un hombre en la casa”.
Mi madre era esa mano que daba cariño, pero cuando lo ameritaba, era el “puño de acero” que ponía orden en nuestras vidas.
Es que hay que comprender que criar a tres hijos, en un mundo lleno de problemas, no era fácil, pero aun así lo logró.
Reynaldo, Rafael y yo somos el producto de una madre padre, y aunque digan que eso no existe, en el caso de los hermanos Adonican hay un ejemplo vivo de que una mujer es ese ser completo, a pesar de no tener el complemento masculino.
Mi madre hoy está jubilada, aun así vela por todos nosotros, porque para ella no hay jubilación en esa faena.
Para mi madre padre, un beso enorme, y gracias por todo lo que me sigues dando, este permanente aprendizaje.
En el Día del Padre, quiero enviar un saludo a todas esas madres que, como lobas celosas, cuidan a sus cachorros a pesar de que su pareja les haya fallado. Además, les extiendo una felicitación a todos los padres responsables.