Esta semana me fui de compras, de apuro, en corredera, para variar.
Tenía que comprar los regalos del Día del Padre.
Generalmente, ésta es una tarea tediosa por dos motivos: Uno, porque creo que ese día y otros días especiales se inventaron para hacer más ricos a los dueños de almacenes, y dos, porque normalmente voy de compras cuando logro hacer "un hueco" en mi agenda de trabajo. Imagínense, a veces son las 11: 00 de la noche y yo estoy comprando el regalo para el día siguiente.
Bueno, esta vez, un detalle marcó la diferencia entre una compra a la carrera y el hastío.
Resulta que cuando estaba pagando en la caja de un almacén, bastó un segundo para que vinieran a mi mente aquellos días felices y despreocupados de mi niñez y mi juventud. La cajera, al terminar de echar la mercancía a la bolsa de plástico, tomó una bolsita de esas piedritas bonitas que se usan para adornar los floreros transparentes, y la depositó en mi cartucho.
"No, joven, eso no es mío", le dije, pensando que se había equivocado.
Ella, con esa solemnidad que caracteriza a las cajeras, me contestó que eso era un regalo del almacén.
¡¿La ñapa?! ¡Sí!, me dijo ella, y entonces sí se sonrió de oreja a oreja por mi ocurrencia.
Eso me hizo recordar que cuando era niña y luego adolescente, me encantaba ir a la tienda en Penonomé. Feliz hacía los mandados de mi mamá y de algunas vecinas, con tal de ir a la tienda de los Carrizo para que doña Chayito y el señor Carrizo me dieran la ñapa.
En eso, el señor era muy generoso, me daba un montón de suspiros que se hacían en su panadería, mientras doña Chayito era más conservadora y me daba menos, pero me daba. Había otras tiendas donde daban "pescaítos" rosados, pero yo prefería los suspiros.
¡Qué tiempos aquellos! Me duele pensar que mis hijos y las nuevas generaciones no disfrutaran de este tipo de "mercadeo" que hacían los tenderos, que no eran chinos, sino criollos. La gente cree que el mercadeo es de ahora, pues no, lo inventaron en las tienditas del interior. ¡Para que lo sepan!