Adalberto, al igual que muchos niños, viaja todos los días hacia la escuela. La camisa de su uniforme es del color del sol, producto del excesivo uso y de jugar con cualquiera cosa que se pueda parecer a una pelota. Su inocencia y picardía encantan la vista de los suyos y de cualquier visitante.
Para llegar a tiempo, utiliza un medio de transporte que no creeríamos que un pequeñuelo de ocho años podría usar. Cada mañana y tarde toma su cayuco y se traslada por las aguas del río Cricamola a su escuela que se encuentra en la Boca de Marcreek. Esta travesía la hace acompañado de otros niños... unos más grandes, otros más pequeños.
En la otra orilla y a unas cuantas horas de las montañas de Buenos Aires, Trinchera y Nomonoe, púberes y adolescentes bajan hacia la escuela de San Agustín. Este viaje les toma hasta cuatro horas a pie sorteando a las rocas, las quebradas y al lodo. Todo por el deseo de algún día trabajar, aunque no sepan todavía en qué.
Martina es otra de las niñas de Mununi que quiere aprender y ser alguien en la vida; por eso, las palabras del sacerdote de la zona le han quedado clavadas en la mente: "Un pueblo ignorante no progresa, así que todo el mundo a estudiar"; por esta razón, hizo de esta verdad un evangelio hasta el punto de no prestarle atención a las inclemencias del tiempo, que en la mayor parte de los casos le remoja su anochecida cabellera.
Así entran las letras en las montañas y áreas alejadas del corregimiento de Kankintú, Bocas del Toro.
TODO POR LA PERMANENCIA
Quienes marcan los ritmos de enseñanza en estos lugares son los maestros, ya que se internan en estos lugares, olvidándose a su paso de las comodidades de la vida moderna, sin importar que los textos no estén adaptados o que no se cuente con los implementos adecuados.
Evelyn Castillo es una joven maestra graduada en la Normal de Santiago, quien admitió que la primera vez que viajó hacia Mununi 1, la gente le decía, cuando preguntaba por el camino, que éste era una belleza; sin embargo, cuando tuvo que empezar a caminar quedó enterrada en el lodo y el viaje se le hizo eterno, sobre todo porque no sabía que debía usar botas de plástico.
Reconoció que quienes trabajan en áreas de difícil acceso pueden conseguir más fácil la permanencia y que por año se les da un punto más a los créditos, por lo que no lo piensan dos veces cuando se les da la oportunidad de trabajar.
Una historia similar es la de Jetis Calles, panameña que enseñó hasta el año pasado en San Miguelito. Precisó que lo más difícil es el lenguaje, ya que muchos de sus alumnos no dominan bien el español. Destacó que el impartir la "lectura o escritura" es otra odisea, precisamente por esta anomalía.
Sobre el comportamiento de los estudiantes de esta zona dijo que son muy tranquilos, más que los de Panamá, acotando que el alumno es muy agradecido, sin que se vean casos de groserías.
Jetsi, de 22 años, afirmó que recibió de su familia todo el apoyo, ya que saben que el trabajar en Mununi, más que una labor es un apostolado.
Jorge Rodríguez: Los libros son obsoletos. ¿Cómo enseñarle a un niño qué es un auto si no lo ha visto?
Lo más difícil a la hora de trabajar con niños es cuando se adapta la enseñanza a su lenguaje; para eso, no queda más que utilizar metodologías anticuadas para trabajar con ellos. Los maestros se quejan de que el agua los está afectando este año; no saben por qué, así que trabajarán por tres años y luego pedirán su traslado.
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