Los rostros del dolor
Yara Meléndez y su hijo "Pedrito" no pierden las esperanzas.

Elisinio González G. | DIAaDIA

Una esperanza por tener algún día una vida mejor.

Una esperanza para que mañana, al despertar y al abrir los ojos, el Dios Todopoderoso acabe con ese sufrimiento.

Una esperanza de que ese sueño, por simple que sea, se haga realidad y, sobre todo, una esperanza para que esa llama de la fe, que los mantiene con ganas de seguir luchando, nunca se apague.

Son tres años de sufrimiento... tres años de dolor que nunca pidieron para sus vidas Yara Meléndez y su pequeño hijo de 8 años, José Manuel Alcázar. Y es que ellos no tienen la culpa en estos momentos de pasar hambre, de no tener un techo apropiado para vivir... de que la vida les haya hecho una mala jugada al principal soporte de su hogar: Pedro "El Rockero" Alcázar.

Era el 24 de junio de 2002. Yara se encontraba trabajando en una casa de familia cuando, por un canal de televisión, escuchó una noticia que le cambió su vida.

"Pensaba que iban a decir que Pedro ya había llegado a Panamá. Quedé paralizada cuando escuché que Pedro había muerto producto de un derrame cerebral", dijo Yara, otra de las compañeras sentimentales de "El Rockero".

Desde ese momento, la vida se le derrumbó a Yara.

PRIMER CONTACTO

Dicen que la fe es lo último que se pierde y, precisamente, esa es la fuerza que impulsa a esta familia del difunto Alcázar.

Eran las 11: 30 de la mañana cuando hicimos el primer contacto con Yara, en el sector de la ERSA, por los lados de San Joaquín. Allí nos esperaban Yara y su principal ayuda en estos momentos, su madre, Esther Meléndez.

Sin vacilar, nos abrieron la puerta de su hogar y nos explicaron algunos de los problemas que han pasado desde que se murió "El Rockero". De repente, llegó el alma del hogar, el vivo retrato del ex campeón del mundo, su nombre: José Manuel Alcázar.

Con una sonrisa en su rostro, "Pedrito", como lo apodan en el barrio, nos enseñó los primeros guantes de boxeo que utilizó su padre.

"Esto era de mi papá. Dice mi mamá que él me lo regaló cuando yo tenía 2 años", comentó muy alegre.

Yara, por su parte, se mantenía alejada y callada. La causa era que no quería que nos enteráramos que la residencia en la que estábamos era de su mamá.

"Tengo vergüenza de llevarlos a mi casa, es muy pobre y se le filtra el agua", manifestó Yara, mientras las lágrimas le corrían por su rostro.

CAMINOS DE SUFRIMIENTO

Después de conversar con su madre, Yara tomó algunas cosas y accedió a enseñarnos el lugar donde vive. Acompañada de "Pedrito", hicimos un recorrido de cinco minutos, hasta que nos adentramos en El Cucui, una barriada que, según Yara, nació producto de una invasión de terreno que hicieron varias personas.

Casas de madera por todos lados, pocas de cemento... la de Yara, una cruda realidad de lo que es extrema pobreza: cuatro paredes, la de la entrada principal de madera, mientras que las otras son de zinc.

Primer pie dentro del hogar y ya se veía lo difícil que han sido sus vidas. El piso estaba mojado, producto de un ojo de agua que se filtraba. Los rayos de luz pasaban sin pedir permiso por las paredes... por el techo... por todas partes.

Aquello era doloroso, y el calor que azotaba el lugar era insoportable. Sin lugar a dudas, no existe persona en este mundo que pueda vivir así.

"Te aseguro que si Pedro estuviera vivo, las cosas no serían así. De seguro que mi hijo tuviera todo lo que me pide, pero qué puedo hacer, si Dios quiso que las cosas fueran así", expresó con voz quebrantada Yara.

SUPLICAS AL CIELO

Las lágrimas no abandonaban el rostro de Yara, mientras abrazaba a su hijo y nos contaba todo lo que ha sufrido.

"Yo le pido a Dios todos los días que me dé fuerzas para seguir luchando. Yo sólo quiero un trabajo y una casa decente para ver crecer a mi hijo sanamente, porque ya perdí las esperanzas del seguro y la bolsa que debía cobrar Pedro por su último combate", enfatizó. "Ojalá que las cosas cambien en un futuro no muy lejano".

Así finalizó la entrevista con Yara y su pequeño niño, dos rostros del dolor, que aún mantienen la fe por tener una vida mejor.

POR FALTA DE RECURSOS

Yara Meléndez se sintió muy triste porque el pasado 10 de junio no pudo comprarle un dulce a su hijo para celebrarle el cumpleaños.

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