Ya había caído el ocaso. Eso fue el pasado domingo, mientras me mentalizaba para emprender otra jornada de trabajo al día siguiente.
Venía de Capira en un bus de la ruta Antón- Panamá. Fueron muchas las ideas que pasaron por mi mente, luego de estar menos de 20 horas junto a mi familia y amigos, pero las aproveché al máximo. Todavía estaba agotado de esa maratónica visita, pero al llegar al distrito de Arraiján hubo algo que centró todos mis pensamientos.
Y es que conocí a Augusta, una señora oriunda de Antón, quien traía a su madre para conocer su nueva residencia. Me confesó que era la primera vez que su madre salía de su pueblo natal.
Al detenerse el bus, Augusta bajó primero cargando todas las maletas que traía para luego ayudar a su madre, de avanzada edad, a bajar.
Fue entonces cuando mi corazón se llenó de alegría, al ver esas curiosas escenas. Aquella dulce viejita era guiada con mucha ternura por su hija. Me imaginé que esos son los frutos de una excelente maternidad.
Ahora esa dedicación, entrega y sacrificio por los que pasó la madre de Augusta, eran compensados. ¡Qué bien se debe sentir! Eso fue lo que me dije y me sonreí.
Ojalá todos los hijos tengamos toda la paciencia del mundo para atender a nuestros padres, viejos o enfermos, y no caigamos en el error de verlos como una carga más en nuestras vidas. Ellos hicieron hasta lo imposible para hacer de ti una mejor persona. ¿Qué haces tú por ellos?
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