Hubo una vez un profeta ermitaño que cada tres lunas bajaba hasta la ciudad y en las plazas del mercado predicaba el dar y compartir entre la gente.
Y era elocuente y su fama se expandía sobre la Tierra. Todos querían escucharlo.
Una tarde, tres hombres llegaron a su ermita y lo saludaron.
-Tú predicas el dar y compartir -le dijeron-.
Y buscas enseñar a quienes tienen mucho para dar a los que poseen poco; y no dudamos que tu fama te ha brindado riquezas.
Ahora ven y danos de tus riquezas, pues estamos necesitados.
-Amigos míos -les contestó el ermitaño-, no tengo más que esta cama, esta estera y esta jarra de agua. Tómenlas si así lo desean. No tengo ni oro ni plata.
Entonces lo miraron desdeñosos y le dieron la espalda, y el último hombre se detuvo en la puerta un momento y gritó:
-¡Impostor! ¡Embustero! Tú enseñas y predicas aquello que tú mismo no practicas.
Un líder de grupo debe dar el ejemplo en toda circunstancia. Si usted pretende dirigir, por ejemplo, una expedición a las montañas, debe poseer el mejor estado físico, la mayor pericia, la mayor prudencia, y también el mayor sentido de autocrítica.
Un verdadero líder empieza a surgir cuando se pregunta: "¿Soy un buen líder?". Un mal líder empieza a surgir cuando lo afirma.