"Por un mundo donde quepan todos los mundos". Frente Zapatista
Podríamos decir que la identidad es la apropiación, designación o imposición de una definición o significado a un objeto o sujeto. Dicha acción definitivamente es un ejercicio de poder, y más cuando posteriormente se hace lo necesario para conservar la tipificación alcanzada o impuesta. Pareciera que el poder es esencial para la identificación propia o ajena.
Gran parte de la actividad humana consiste en construir y desconstruir identidades, es decir, ejercer poder o resistirlo. Por ejemplo, generaciones de panameños crecimos llamando chocoes a los indígenas habitantes del Darién y el Bayano; dicha nominación deriva del nombre de la región colindante a la frontera colombiana. Pero resulta que chocoes es un conjunto de pueblos donde el más representativo es el emberá. Chocoes fue una imposición, emberá una resistencia.
La identidad es básica en las relaciones entre los humanos. Es imposible no tener identidad. A lo sumo, se puede no tener conciencia de ella. El éxito de los imperios, como el persa, por ejemplo (ja, ja), consiste en que sus subyugados no la alcancen de forma autónoma, sino de aquella manera que mejor responda a sus intereses. Así los vasallos no poseen el móvil fundamental para la disputa del poder.
Así ocurre en nuestro país con la supuesta disputa entre la Leyenda Negra: ¡Panamá es un invento de Teddy Roosvelt! Y la Leyenda Dorada: "Los próceres procedieron sólo por motivos patrióticos". Al final, ambas desconocen el papel histórico de los patriotas istmeños del arrabal.
Ya van muchos años en eterno vaivén entre esas dos leyendas. ¿Tenemos identidad? ¿No la tenemos? ¿Nos la impusieron? ¿La encontramos? ¿Aún no la entendemos? Creo que la posible solución a tal discusión puede ser la siguiente: Despertarnos una de estas mañanas, mirarnos al espejo y simplemente decirnos: "Somos panameños y punto".
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