Si yo cambiara mi manera de pensar hacia los otros, comprendería. Si yo encontrara lo positivo en todo, con qué alegría me comunicaría con ellos.
Si yo cambiara mi manera de actuar ante los demás, los haría felices.
Si yo aceptara a todos como son, sufriría menos.
Si yo deseara siempre el bienestar de los demás, sería feliz.
Si yo criticara menos y amara más, ¡cuántos amigos ganaría !
Si yo comprendiera plenamente mis errores y defectos, sería humilde.
Y si tratara de cambiarlos, ¡cuánto mejoraría mi hogar y mis ambientes!
Si yo cambiara el tener más por el ser más, sería más persona.
Si yo cambiara el YO por el NOSOTROS, comenzaría la civilización del amor.
Ese es el quid del asunto.
Cada persona es única, cada uno es creación de Dios.
Si todos respetáramos eso, no habría necesidad de enviar mensajes positivos a nadie. La sabiduría que sólo proviene del amor, que a su vez viene de la ausencia de egoísmo, haría lo suyo.
No en vano dicen las escrituras: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo".
Como diría mi abuelito: "Si yo quisiera cambiar, lo haría por mí mismo".
Por eso la clave es no cambiar a los demás, sino empezar por cambiar y mejorar lo que en nosotros no está bien.
Esa es la manera de transformar nuestro yo-yo en nosotros, pero no para bien individual, sino para el bien de la sociedad. Si ella es buena, nosotros también.
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