Al llegar nos imaginamos, ¡aquí viven piedreros!, pero no, entre palos, pedazos de zinc y retazos de tela que sirven de techo y pared vive una familia panameña a un costado del Hospital San Miguel Arcángel.
Como esperando una respuesta del Altísimo, encontramos a Jenny y a su hijo Raúl Agustín, quienes viven en ese lugar desde hace cuatro meses, porque los echaron del cuarto donde residían, en Mañanitas de Tocumen, ya que no podían pagar la renta. En este miserable lugar, que no mide más de un metro cuadrado, sólo se puede observar una vieja puerta de refrigeradora que les sirve de asiento y de cama, al igual que un pedazo de hielo seco donde duerme el niño.
Agustín, esposo de Jenny, quien no estaba en casa, es vendedor ambulante y lo que consigue sólo les alcanza para una comida al día, que la trae de la calle, dijo Jenny.
El agua para tomar la busca en la garita de la Policía y para lavar se la suministra un vecino; además, sus necesidades orgánicas las hace donde el vecino. No cocina, porque no tiene dónde, ni qué cocinar.
Un profundo dolor embarga el corazón, al contemplar la inocente cara de Raúl Agustín, de un año y siete meses, quien es la víctima más vulnerable, pues presenta un evidente estado de desnutrición, debido a que su alimento principal es el pecho de su madre, quien no está bien alimentada, además de papitas que vende el papá y bebidas artificiales.
Jenny siente que la vida ha sido injusta con ella y su familia. Vino a la ciudad en busca de mejores días y sólo ha encontrado la más terrible miseria de la cual siente que no podrá salir a menos que almas generosas le ayuden a a su esposo a conseguir un trabajo remunerado para así buscar una mejor solución de vida.
La esperanza es lo último que se pierde, comentó Jenny, quien espera mejores días para su familia. Con el corazón roto y los ojos a punto de derramar lágrimas, nos retiramos del lugar, no sin antes decirles que Dios los acompaña en todo momento.
ILUSION
Jenny desea regresar a su pueblo, pero no tiene el dinero suficiente para irse.
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