E@n un rincón de un pueblo, había un grupo de niños muy amigos. Todos los días, al salir de clases, se reunían para jugar y conversar.
Uno de ellos siempre quería estar por encima de los demás, pensaba que era superior a ellos. El más callado de todos un día no se pudo aguantar más y le dijo: Mira Juanito, todos tenemos un futuro, el cual el destino lo dirá, pero tú siempre presumes de que el tuyo será el mejor. Éste le dijo: Cierto, y créeme, veréis que será el mejor.
Pasaron los años y cada uno tomó un rumbo. Unos estudiaron una carrera y otros, los que pudieron, se colocaron a trabajar, y se mantuvieron en contacto, menos con Juanito, que se alejó de ellos poco a poco por su vanidad.
Un día, Pedro, que así se llamaba el que era el más callado del grupo, ya había hecho carrera de abogado muy valorada en su entorno, le dieron un caso para defender.
Se dirigía a la cárcel. Cuando llegó le dieron los papeles con el nombre del individuo, y cuál fue su sorpresa al encontrarse con que era el de Juanito. A Pedro se le cayó el mundo, tenía que defender a su amigo, ese pequeñín engreído.
Entró en la celda y lo vio. Juanito estaba envejecido e irreconocible. Se acercó con una lágrima en sus ojos y le dijo: Hola Juanito, qué tal, y éste le respondió: Ya ves Pedro, mis fanfarronadas de pequeño, y ahora ves lo que soy, un ladrón que necesitará al que mejor futuro ha tenido y nunca quiso ser el primero por encima de nosotros. Gracias por ser tan humilde y haberme dado una gran lección.
He aquí la importancia de la humildad, porque nadie sabe qué futuro le espera.
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