¿Maestro?

Redacción | DIAaDIA

Cuando en mi pueblo se hablaba del maestro, nos referíamos a eso: al maestro, no al educador o al docente. Entre uno y otro hay una diferencia abismal.

Aquel maestro no hablaba de obtener puntos a cualquier precio para escalar en su carrera. No. Aquél creía en actualizarse, en saber, para luego enseñar. Y no sólo las letras o los números, también inculcaba disciplina, amor al prójimo, respeto a los símbolos patrios, a los padres, a la familia, a los compañeros y a los amigos.

Era un precursor de la convivencia pacífica de la sociedad, pero no sólo como guía, sino como protagonista. No era como los fariseos, sino que predicaba con el ejemplo. Su radio de acción no se circunscribía sólo al aula, sino que abarcaba todo su entorno, incluidos los problemas familiares que podían poner en riesgo las calificaciones de sus discípulos.

Se preguntarán por qué escribo esto. Simple: Porque estoy convencida de que a partir de la década de los ‘80, los educadores lograron varias conquistas, pero perdieron su esencia. Y, ¡ojo!, no por las conquistas en sí, sino porque nunca pusieron por delante su papel protagónico en el seno de la sociedad, más bien, miraron hacia adentro, y nunca la luz que debió guiarlos, irradió su brillo hacia afuera, hacia su razón de ser: los estudiantes.

Desde entonces, el maestro, el guía, el amigo, se fue perdiendo para convertirse en sólo un educador.

Sé que muchos pondrán el grito al cielo. Y tienen razón. No todos son iguales, aún hay maestros, pero creo que en lugar de ser la regla, son la excepción. Tampoco creo que su profesión sea un apostolado, porque de eso no se vive. Sin embargo, bueno sería que a la profesión se le añadiera ese ingrediente del apostolado, que no es más que el oficio del apóstol: Propagar la fe en Dios, en uno mismo y en todo lo que se hace ahora, para cosechar mañana.

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