"Y finalmente, la rebelión contra estas leyes de la justicia y la virtud humanas (que tantas veces son injustas justicias y virtudes acomodaticias)". Ismael Quiles
La noción de derechos muchas veces es moralmente ambigua. Insinúa que hay acceso intransigente al disfrute de algo. Uno puede pensar en cosas obvias, por ejemplo, el agua que bebemos. ¿Tenemos derecho al agua potable? ¡Claro que tenemos derecho! Pero aún este bien público no es ilimitado, pues el consumo de otros, reduce el consumo nuestro. Y el abuso pone en riesgo el supuesto derecho de todos. Entonces, el derecho de beber agua potable puede perderse.
En la práctica, cuando los demás no respetan nuestros derechos es como si no los tuviéramos. Igual ocurre en el sentido apuesto. Peor si nadie respeta nada. Se dice que los derechos son inalienables, impostergables e intransferibles y que son necesarios para que podamos comportarnos como persona, y a su vez, debemos honrar nuestras obligaciones para con otros, ya que eso son sus derechos. ¿Pero siempre es así?.
Pensemos en el ruido de la vecindad. En una fiesta de cumpleaños que dura hasta las 4:00 a.m. Si bien los fiesteros están en sus casas (el argumento favorito de estos impedidos morales), el ruido provocado por sus bocinas va más allá de sus propiedades. Ellos, los fiesteros, se suponen tienen derecho a hacer todo el ruido que quieran dentro de sus propiedades, pero asimismo están obligados a contener dicho ruido dentro de los linderos de las mismas. Hasta lo que yo sé, aún no existe la tecnología para indicar al ruido de nuestros radios y demás aparatos similares, hasta donde puede expandirse. Así que, ¿cómo quedan aquí los derechos de los fiesteros y los de los vecinos que quieren dormir?. No sé. O los vecinos van a tener que pedir la intervención de la policía o los fiesteros tendrán que aprender qué significa la palabra consideración.