A veces siento pena ajena y me dan ganas de meterme debajo de las mesas, especialmente cuando voy a un restaurante de mi ciudad.
La atención de algunos meseros es tan mala, que uno se pregunta si es que huele mal, o se es muy feo, o muy viejo, o muy desagradable a la vista, o habla mal o, simplemente, no es atractivo ni sexi.
Y cuando voy con extranjeros es cuando la vergüenza me embarga más.
Esta semana estuve con dos periodistas de Ecuador. Llevé a la esposa de uno de ellos a un restaurante de un centro comercial, una pizzería, para más señas.
El local tenía seis LCD y los comensales se entretenían viendo el juego entre Paraguay y Ghana. Me incluyo, porque me encanta el fútbol.
En diversas ocasiones traté de que el mesero me atendiera, pero él llegaba cerca de la mesa y yo, sencillamente, era invisible para él. ¿Sería sordo y ciego?
Mi invitada me preguntaba si aquí todo el mundo atendía así, porque había ido a algunos almacenes y la tónica era la misma. "¡Trágame, tierra!", pensaba yo.
En la noche fuimos de "shopping" . La misma cosa. La actitud indolente y hasta grosera de las dependientas me avergonzaba, aunque es justo reconocer que no todas tenían la misma actitud. Gracias a Dios, siempre hubo una que otra que sacaron la cara por Panamá. Eso me dice que no todo está perdido y que siempre existe la posibilidad de que la amabilidad y la cortesía se contagien para beneficio de la imagen del país y de los panameños.