Un hombre, su caballo y su perro caminaban por una calle. Después de mucho caminar, el hombre se dio cuenta de que los tres habían muerto en un accidente. La caminata era muy larga. Necesitaban desesperadamente agua. En una curva del camino, vieron una puerta toda de mármol, que conducía a una plaza con piso de oro, en el centro de la cual había una fuente de donde salía agua cristalina. El caminante se dirigió al hombre que vigilaba la entrada.
¡Buen día!, ¿qué lugar es éste?, preguntó. ¡Es el cielo!, fue la respuesta. ¡Qué bueno que nosotros llegamos al cielo, tenemos mucha sed!, dice el hombre. El señor puede entrar y beber agua a su voluntad, dice el guardia, indicándole la fuente.
¡Mi caballo y mi cachorro también tienen sed! ¡Lo lamento mucho!, dice el guardia. Aquí, no se permite la entrada de animales. El hombre quedó muy desilusionado, y no bebió para no dejar a sus amigos con sed, y prosiguió su camino.
Después de mucho caminar, llegaron a un sitio cuya entrada estaba marcada por una puerta vieja semiabierta. A la sombra de un árbol, un hombre estaba acostado, con la cabeza cubierta con un sombrero, parecía que estaba dormido.
¡Buen día!, dice el caminante. Estamos con mucha sed, mi caballo, mi cachorro y yo. ¡Pueden beber a su voluntad!, le dijo el viejo. El hombre, el caballo y el cachorro fueron hasta la fuente y calmaron la sed.
¡A propósito!, dice el caminante, ¿cuál es el nombre de este lugar? ¡Cielo!, respondió el hombre. ¿Cielo?, pero el hombre en puerta de mármol dijo que allá era el cielo. Aquello no es el cielo, es el infierno. Allá se quedan aquellos que son capaces de abandonar a sus mejores amigos.