Mira con luces largas
Álvaro Guerra, de 48 años.

Rubén Polanco | DIAaDIA

No estaba haciendo nada y se animó a vender. Álvaro Guerra, de 48 años, era un taxista que por motivos de la diabetes resultó afectado en su ojo izquierdo y decidió dejar el volante porque era muy peligroso.

Desde hace un año, se dedica a vender rosquitas, pancitos, rosquetitas de dulces y quequis que vienen desde La Arena de Chitré. Toda su mercancía la coloca en una caja plástica, muy bien ordenada.

Un amigo suyo fue quien le inculcó la idea de incursionar en este negocio, en vista de que no estaba trabajando.

A diario se hace entre 10 y 12 dólares, aunque en días de pago siempre logra vender más. Su faena le cansa, pero él sigue batallando, pues ya está acostumbrado al trabajo.

De lunes a viernes, de 8 de la mañana en adelante, recorre lugares como la Universidad de Panamá, en Curundu; las afueras del Instituto Oncológico Nacional y finaliza en las afueras de la Corte Suprema de Justicia.

La mayor satisfacción de su humilde trabajo es que las ganancias representan el sustento diario de su hogar, compuesto por su esposa y tres hijos.

Álvaro, a pesar de su edad, es un comerciante que mira con luces largas. Desea tener un auto pick-up donde pueda vender quesos, chorizo y chicas; es decir, un surtido más amplio de mercancías.

Con mucho optimismo finalizó diciendo que "uno no sabe, el mundo da muchas vueltas, a lo mejor me gane un billete de lotería y de allí sale eso".

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