U@n agente de seguridad trabajaba en la puerta de un local de diversión, donde había bolera, sala de videojuegos, parque infantil y restaurantes.
Para entrar, era necesario subir tres escalones. Un día llegó un joven, como de 22 años, con muletas. El seguridad se ofreció a ayudarlo a subir. El joven no lo permitió. Es más, fue muy descortés. Luego trató de subir el primer escalón, pero no lo logró y se cayó cual canica al suelo.
El agente trató de ayudarlo a levantarse. El joven hizo un gesto brusco y no aceptó la ayuda. El joven agente se percató de que tenía una pierna ortopédica.
Ese mismo día volvió. Todo parecía indicar que él se había propuesto algo y no cejaría en su empeño hasta lograrlo.
Se acercó otra vez a los tres escalones y empezó a subir. El seguridad volvió a ofrecer su ayuda, pero con una mirada fría, el joven dio a entender que no la quería.
Esta vez consiguió algo más: Ya había subido el primer escalón y llegaba al segundo, pero una muleta le jugó una mala pasada y otra vez volvió a caer.
Una vez más se vio reflejado en su cara que le había dolido, y no el daño físico, sino el no haber podido subir los tres escalones.
Pero, ¡ increíble¡ Al día siguiente, él volvía a estar ahí y volvió a intentarlo! Así que empezó a subir escalón tras escalón y logró llegar al tercero. Su cara de felicidad era evidente. Miró al agente, y esta vez le agradeció su ofrecimiento de ayuda. Fue cuando el seguridad comprendió que el joven necesitaba lograr subir los tres escalones para demostrarse que podía.
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