La voz del pueblo es la voz de Dios. De eso no hay duda. No he escuchado una sola voz, a menos que sea gubernamental, que apruebe la Ley 30, mejor conocida como "ley chorizo". Otorgar poder infinito a la Policía Nacional, es peligroso. Yo lo viví en carne propia con agentes todopoderosos.
El domingo 4 de julio, llevé de compras en La Chorrera, donde resido, a dos periodistas ecuatorianos y a la esposa de uno de ellos. Al salir de Plaza Italia, hice el alto. Yo vi venir un taxi y nada más. Entré a la vía y segundos después, dos policías motorizados me pararon. Uno de ellos, de forma grosera, me dijo que yo había intentado atropellarlo.
Por supuesto que yo le dije que no era así, que no lo había visto y que me disculpara. Él insistía y yo le decía que "intentar" es hacer algo con premeditación, y yo no salgo a la calle con deseos de atropellar a policías que ni siquiera conozco.
De pronto, el otro policía metió su brazo por la ventana, delante de mi hija, y me dijo de forma altanera: "hey, tía, dame tu licencia". "Usted no es mi sobrino", le dije. Eso lo molestó. Me amenazó con llevarme a la corregiduría, luego con llamarme al tránsito, mientras entre los dos, seguían tratándome cual delincuente de la peor calaña y gritándome. Los periodistas ecuatorianos preguntaban por qué la policía panameña me trataba así.
Yo pedí que me llamaran al tránsito. Eso fue cerca de las 3: 00p.m. Se demoraron todo lo que les dio la gana. Eso impidió que llevara a los colegas al mirador del Canal, como tenía previsto.
Casi una hora después, el tránsito me puso una boleta.
Les pedí a los agentes que se identificaran (su chaleco tapaba los nombres), porque interpondría una denuncia, pero ellos sólo me gritaban que si quería saber quiénes eran, que fuera al tablero de la Policía. Ese trato cruel y cobarde sólo me hace pensar que darle poder infinito a quien no lo merece, lo hace infinitamente peligroso para la ciudadanía a la que debe proteger.