Un hombre, su caballo y su perro iban por una carretera. Cayó un rayo y los tres murieron fulminados. Pero el hombre no se dio cuenta de que ya había abandonado este mundo, y prosiguió su camino con sus dos animales.
La carretera era muy larga, colina arriba, el sol era muy fuerte, estaban sudados y sedientos. En una curva del camino vieron un portal de mármol, que conducía a una plaza pavimentada con adoquines de oro, en el centro había una fuente de donde manaba un agua cristalina. El caminante se dirigió al custodio de la entrada.
Preguntó cómo se llamaba ese lugar tan bonito - "Esto es el Cielo", le contestó el hombre. El caminante pidió agua para él y sus animales, pero el guardián le dijo que sólo podía beber él.
- El hombre se levantó con gran disgusto, pues no pensaba beber solo; dio las gracias al guardián y siguió adelante.
Después de caminar un buen rato cuesta arriba, llegaron a otro sitio, cuya entrada estaba marcada por una puertecita vieja que daba a un camino de tierra rodeado de árboles. Había un celador. El caminante volvió a pedir agua.
- "Hay una fuente entre aquellas rocas" - dijo el hombre, indicando el lugar. - "Podéis beber tanta agua como queráis". El hombre, el caballo y el perro fueron a la fuente y calmaron su sed. El caminante preguntó cómo se llamaba ese lugar - "Cielo", respondió el guardián. - "¿El Cielo? ¡Pero si el guardián del portal de mármol me ha dicho que aquello era el Cielo!" - "Aquello era el Infierno", dijo el celador, y allí se quedan los que son capaces de abandonar a sus amigos...
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