ENTRE NOS
La vida en un examen

Elizabeth M. de Lao | DIAaDIA

Esto es entre nosotras las mujeres. Bueno, también mencionaré a nuestra mitad, los hombres. Ellos también sufren lo suyo.

¿Se imaginan ustedes algo más engorroso que practicarse un examen de Papanicolau? Aquí es donde entra nuestra mitad y diría que sí: el examen de próstata.

En ambos casos, sufrimos. No es fácil colocarse en posición fetal para que un desconocido hurgue dentro de uno, como tampoco abrir las piernas para que una enfermera introduzca un espéculo y saque una muestra de nuestro interior.

Aquí entra en juego el pudor, la vergüenza, el temor. Es duro permitir que nos revisen lo más íntimo, lo que físicamente jamás mostramos a desconocidos. De ahí, la reticencia a acudir a las policlínicas, a los hospitales, a los centros de salud o las clínicas de la Asociación Nacional contra el Cáncer para realizarnos este tipo de exámenes.

Ahora bien, de eso depende la vida de hombres y mujeres y, por consiguiente, es absolutamente necesario acudir puntualmente a nuestras citas. Esto es algo que nadie debe eludir.

Pero, cada verdad tiene dos caras, como las monedas. Y aquí entran médicos y enfermeras.

Si estamos de acuerdo en que son exámenes engorrosos, donde entra en juego nuestro íntimo yo, es necesario que los profesionales encargados de practicarlos, tengan un mínimo de buen trato hacia los pacientes.

Ese profesional de la salud debe ser un garante de confianza, para que el paciente regrese a él cuando sea citado. Si el profesional no actúa como Dios manda, ese paciente no regresará y, quizás, cuando se vuelva a saber de él, es cuando ha entrado a formar parte de las estadísticas de muerte por cáncer cérvico-uterino o de próstata.

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