San Joaquín. Veranillo. El Chorrillo. La Chorrera..., las calles negras y bulliciosas de Colón. Todos son territorios de héroes.
Para vivir en estos barrios se necesita una mente poderosa porque, si no, la droga se te mete en el alma. Se debe tener un cuerpo antibalas, o mucha suerte para que un tiro no te parta en dos. Se tiene que aprender que a veces, ¡muchas veces!, nos tenemos que ir a la cama sin comer.
Quienes sobreviven a semejante ambiente, pasan la prueba del hambre y la cocaína, con su contexto de violencia, y escogen el camino angosto de la disciplina, tienen que ser llamados héroes.
Hay equipos, el de Estados Unidos por ejemplo, que le han metido al proyecto de su selección miles de millones de dólares porque en el 2010 quieren ser campeones del mundo. Para eso se han ido a los suburbios, a las universidades y a todas las canchas de calidad del país, buscando la materia prima: los futbolistas. Eso para arrancar, porque el resto de la plata se la están poniendo a los niños, a quienes están atrapando casi desde la cuna para convertirlos en gladiadores.
Mientras, los nuestros de a vaina comían arroz con Tulip cuando eran niños. Nunca pisaron una cancha digna; aprendieron a patear balón en los rastrojos de San Joaquín; en los cuadros sin luz y llenos de vidrios rotos de Veranillo o La Chorrera; en las calles anegadas de agua sucia de El Chorrillo y Colón.
Y a pesar de eso, brillaron. Volvieron a repetir la historia que tanto le gusta a la gente. La batalla de David contra Goliat, la del pobre chiquillo sin armas que alcanza una estrella.
La alegría que hoy nos mueve no la genera el que los pequeñines del uniforme rojo hayan ganado una medalla. No. El verdadero portento es que ellos nos demostraron que a pesar de la malaventura, siempre se puede ser mejor.
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