Un hombre tenía un esclavo. Y el esclavo tenía que hacerle todas las tareas. El esclavo lavaba al hombre, peinaba su pelo, cortaba su comida y se la ponía en la boca. El esclavo le escribía las cartas, le limpiaba sus zapatos, remendaba sus calcetines, cortaba su madera y encendía el fuego en la estufa. Cuando paseaban y el hombre veía frambuesas, el esclavo tenía que cogerlas y ponerlas en su boca. Para impedir que el esclavo se escapase el hombre siempre le tenía atado con una cadena. Día y noche, lo tenía que tener agarrado y alrededor suyo para que no se escapase. En la otra mano siempre llevaba un látigo porque cuando el esclavo daba tirones de la cadena, el hombre le daba latigazos.
Algunas veces él soñaba en secreto cómo era cuando fue joven y todavía no tenía un esclavo. En aquellos tiempos él podía vagar por los bosques libre como un pájaro y coger frambuesas sin este constante tira y afloja de la cadena. Ahora no podía ni siquiera ir solo al baño. El esclavo podría escaparse y no habría nadie quien le limpiara su trasero. Él no tenía ninguna mano libre para esos menesteres.
Una vez cuando él estaba quejándose de todo, alguien le dijo: “Bien, si es todo tan terrible, ¿por qué no le devuelves la libertad a tu esclavo?”
“ ¿Para que me mate?, dijo el hombre". ¿Y el esclavo? Soñaba con convertirse en amo, llevar al hombre encadenado, darle latigazos y que le limpiase el trasero. Eso era lo único que había aprendido. Por eso hay que preguntarse: ¿Qué es lo que estamos enseñando?
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