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ENTRE NOS
Hurra por los hombres

Elizabeth Muñoz de Lao | DIAaDIA

En el lavamático, tres hombres ya maduritos se afanaban en introducir las piezas de ropa, echarles jabón, esperar el enjuague para agregarles el suavizador, y por último el secado, para después depositarlas en las bolsas negras.

Más tarde, cada uno en su casa, tomó los brasieres, los panties, los vestidos, los pantyhouses, las camisas, los pantalones y las faldas de su esposa, y los tendió, esperó que se secaran, los dobló y los guardó.

¿Y sus mujeres? Estaban laborando en el turno de la mañana, ellos lo harían en el de la tarde.

¡Ah!, ya habían cocinado, fregado, lavado el baño, barrido y trapeado. Sólo faltaba buscar a sus niños en las escuelas, bañarse e irse a trabajar. Sus esposas harían el resto más tarde.

¡Y que quede bien claro que todos esos hombres del lavamático son profesionales!

Así funciona el hogar de hoy. Aquella vergüenza que sentían los machos si alguien los veía tender una pieza de ropa quedó a años luz, en una época casi olvidada en que las mujeres se quedaban en casa y eran las esclavas del hogar, mientras los hombres salían a trabajar para mantener a sus hijos. Si no lo hacían, su masculinidad, entiéndase machismo, quedaba en entredicho.

Créanme, no hay nada más masculino que un hombre que dobla la ropa, que coge en brazos a sus hijos y les da la mamadera, que les cambia el pañal, que los acuesta y les cuenta un cuento antes de dormir. Yo vi a mi esposo hacerlo y también a mi padre.

Cuánto me duele que nuestras abuelas no hayan visto semejante acto de amor, de ternura, proveniente de un macho de verdad, con manos grandes y movimientos bruscos.

Qué lástima que la mayoría de las mujeres de los primeros años del siglo pasado no hayan experimentado el placer de que su hombre les hubiese dicho a la medianoche: "no te preocupes, sigue durmiendo. Yo le cambio el pañal y le doy su mamadera".

¡Cómo cambia la vida, y qué bueno que haya sido para bien!





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