"El que no tiene opinión propia, siempre contradice la que tienen los demás".
El poder es una de las más fascinantes facultades humanas. Siempre está relacionado con el hacer, también con la fuerza. Es una especie de capacidad que permite, a quien lo ejerce, realizar o posibilitar sus deseos. El poder se asume; de lo contrario, se pierde. Dos de las instituciones que pueden ejemplarizar esta aseveración son: la iglesia y la milicia.
Pero no me suena bien empacar en el mismo bulto a figuras tan dispares, como a Pedro Casaldáliga y a Anastasio Somoza Debayle. El primero fue obispo del Mato Grosso, brasileño; desde 1971 hasta el 2003, su vida religiosa y poética (también es poeta) está, profundamente, marcada por la teología de la liberación y la opción por los pobres, lo cual lo enfrentó acremente a las multinacionales y a los latifundistas. El segundo, apodado Tachito, fue el último de la dinastía Somoza; se aseguró de eliminar a sus opositores y de enriquecerse a costa de las arcas nicaragüenses. A Pedro y a Tachito, a pesar de que ambos fueron poderosos, no podemos medirlos con la misma vara.
Definitivamente, es obvio que la diferencia radica en la concepción del poder. ¿Acumularlo para ejercerlo sobre algo o alguien, en nuestro ejemplo sobre un país? ¿Tenerlo para hacer algo por alguien, incluyendo crear un poema o una utopía? Poder sobre o para, he ahí el dilema.
Es posible que la cotidianidad de nuestras vidas, nos empuje a creer que no tenemos mayor relación con el poder. Que eso es cosa de los políticos, de los empresarios, de los dirigentes sindicales y gremiales. Pero sucede que no es así. Todos los días ejercemos poder, y eso lo podemos constatar en una simple conversación. ¿Qué buscamos? ¿Decir la última palabra? ¿Interrumpir? ¿Enriquecer y enriquecernos? ¿Escuchar? Poder sobre o para, he ahí el dilema. ¿Verdad?
Me parece que una gran demostración de poder es hacer silencio. ¿O no es posible callar y sólo escuchar?
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