El auto se quería comer el pavimento. Los 11 impactos de bala no pudieron detener su marcha. Había que ir en contra vía, luchar contra el destino y coquetear con la muerte, por segunda vez, en menos de 5 minutos.

Carlos Rivera pisaba el acelerador aún con el sonido de las balas retumbando en sus oídos. No dudó un segundo en irse al hospital más cercano, aunque estuviera en vía contraria. No eran esas corridas por la lateral en un partido de la selección; esta vez su rival no era México, si no la muerte, y lo que estaba en juego no eran puntos, si no la vida.

Desde la vía Interamericana, a la altura del Chase, Rivera, que iba al volante, se escapó, junto a los tres pasajeros, Víctor Herrera Piggot (miembro de la selección nacional), Alberto Skiner y Luis Olivares, todos miembros del San Francisco, de una emboscada.

La vuelta era acelerada, pues Olivares repetía: me ahogo, me ahogo... metiéndole presión al dueño del volante, que se sorteaba la vida en la ruleta a punto de chocar con un autobus mientras presionaba el pito del auto a más no poder.

En el camino, Rivera escuchaba las quejas de sus compañeros. Era un momento angustiante, era la hora del siglo para él. Y seguía Luis, con sus quejas, siendo el más herido, mientra también Carlos tenía en su epidermis sus propias laceraciones, las cuales, con la adrenalina en el cuello, apenas sentía.

Mientras todo esto pasaba, Rivera se desconectaba del pasado, del presente y llamaba a un miembro del San Francisco para alertar lo ocurrido, su capacidad de reacción y de sobrevivencia lo hizo actuar. Era el partido de su vida.

Al llegar al hospital, los gritos de emergencia se hicieron sentir. Carlos no vio nada, allí los médicos corrieron a atender, era otro escenario, el conductor por fin descansaba. El auto yacía estacionado, la policía vendría más tarde y otra historia empezaría a nacer...

JUEGO

Hoy Carlos Rivera tendrá que ver el partido desde la banca, no podrá jugar en la Comcachampions.