Cuando Hércules era un joven, salió una mañana para cumplir con un encargo de su padrastro.
Pero su corazón estaba lleno de amargura y renegaba porque otros llevaban una vida cómoda y placentera, mientras que su vida estaba cargada de trabajo y dolor.
Mientras pensaba en esto, llegó a un lugar donde cruzaban dos caminos y se detuvo sin saber cuál tomar. El camino de la derecha era accidentado y tosco, pero Hércules vio que conducía directamente hacia las azules montañas de la lejanía. El camino de la izquierda era ancho y despejado, con árboles, aves y flores. Pero terminaba en la niebla y la bruma.
Mientras el joven se decidía, vio que dos bellas mujeres se le acercaban, cada cual por un camino. La que venía por el camino florido le dijo: "No te sometas más al trabajo y los esfuerzos. Sígueme y vivirás con música, vino y bellas doncellas".
La otra mujer se había acercado y también le habló: "No tengo nada para prometerte, salvo aquello que ganarás con tu propia fuerza. El camino por el cual te conduciré es irregular y escabroso. No obstante, ese camino conduce hasta las azules montañas y no puedes llegar a ellas sin esfuerzo; si deseas flores y frutos, debes plantarlos y cuidarlos; si deseas el amor de tu prójimo, debes amarlo y sufrir por él; si deseas gozar del favor del cielo, debes hacerte digno de él y no desdeñar el duro camino que a él conduce".
-¿Cómo te llamas?, preguntó Hércules.
-Algunos me llaman Trabajo –respondió ella-, pero otros me llaman Virtud. La otra se llamaba Placer.
-Virtud –dijo Hércules- te escojo como guía... y nunca se arrepintió.
|