HOJA SUELTA
Estuve muerto

Eduardo Soto | DIAaDIA

Morí; un paro cardíaco me puso en el otro barrio, y por poco no regreso.

Fue en 1973, un día cualquiera del segundo grado de primaria. Mis riñones se detuvieron y se negaron a filtrar la sangre que, por la orina, salía cruda de mi hinchado cuerpo.

La primera noche en el hospital me dormí asustado. A media madrugada desperté. Más bien me despertó el silencio. Salté de la cama, y vi que ningún otro niño estaba en la sala; los habían cambiado a todos. La enfermera también desapareció. Me asomé al balcón, y la Avenida Balboa estaba desierta; ni un carro ni un orate... ni una luz. Hasta el mar me negó su voz.

Caminé aterrado llamando a Chefa, mi vieja. Llegué a las escalinatas y pisé el primer escalón. Me iba. Entonces oí la voz de mi madre, quien me llamaba desde la sala. Dijo: "Negro, venga para acá (...) no se vaya". Y regresé corriendo de alegría, y me dormí aferrado de su mano.

La mañana siguiente desperté manchado con sangre seca, y los labios rotos. Todos los niños estaban ahí otra vez, pero no mi madre, quien apareció como a las ocho de la mañana y le dijeron que esa madrugada su niño había sufrido un paro cardíaco, y fue necesaria la intervención del equipo de emergencias para "sacarlo".

Tal vez me equivoco, pero desde entonces he creído que morirse es caminar de salida, correr bañado en lágrimas. Morir es viajar a pie, moverse hacia otra parte y, como decía Becker, quedarse solo. Huida, oscuridad, silencio y soledad: eso es morirse.

Muy poco recuerdo ese raro episodio de mi infancia, aun cuando en los momentos más críticos de la vida me he sabido de vuelta de la muerte para algo que todavía no entiendo. Hace unos días, viendo que el país entero parece debatirse entre la vida y la muerte, deseé que pronto todos escuchemos una voz, alguien que sepa decirnos: "venga para acá", y evite que bajemos la escalera de la parca.

Ciudad de Panamá 
Copyright © 1995-2006 DIAaDIA-EPASA. Todos los Derechos Reservados