"No camines delante de mí, puede que no te siga. No camines detrás de mí, puede que no te guíe. Camina junto a mí y sé mi amigo".
Albert Camus
Hace unos años, en su lecho de muerte, el profesor Ricardo Segura me obsequió estas palabras: "Ve y demuéstrales". A pocas horas de partir, aún tuvo ánimos para alentarme. Hace un año, me pidieron hablar en el sepelio de un amigo, no pude, las lágrimas no me lo permitieron; a uno de los presentes no le agradó mi reacción al dolor. Como ya conozco al fulano, sé que aunque yo hubiese hablado perfecto, él de todas formas se hubiese enojado.
¿Por qué la diferencia? Simple, Ricardo era mi amigo, el enojado no lo es. Saber la diferencia entre quien es nuestro amigo y quien no lo es, es esencial para la sana convivencia y para la felicidad. La amistad tiene sus condiciones, son las mismas desde hace mucho tiempo.
Estamos en tiempos donde es muy fácil intercambiar información, pero no necesariamente la comunicación ha mejorado. Sigue igual de complicada que hace siglos. ¡Y para ser amigo se necesita de la franca y abierta comunicación! No es el Internet quien complica a la comunicación, es el insistir en tratar al otro como inferior, como ídolo o como cosa. Preferir el cumplimiento de principios ideológicos, por encima del compartir entre iguales.
La comunicación entre amigos implica estar más dispuesto a escuchar que a hablar. Por eso se dice que el amigo nos acepta tal cual somos, pues es capaz de escucharnos sin condenarnos. Esa condición hace que sea posible ser transparente ante los amigos, es decir, honesto. Pero, ser honesto con el amigo hace obligatorio ser honesto con uno mismo. Allí es cuando la puerca tuerce el rabo.
Por último, la comunicación entre amigos conlleva dos cosas: la preocupación por el amigo y la alegría de estar cerca de él. ¿Ya ves por qué el enojado nunca podrá ser mi amigo?