Una vez más se escapó la ilusión de más de 3 millones de almas, quienes anhelaban gritar a una histórica actuación de la Selección de Panamá en su cuarto Mundial Sub-20.
Existía la esperanza de un equipo compacto, ofensivo y con actitud que no se dejara intimidar por ningún oponente, por más trayectoria que este tuviera. Sin embargo, la realidad fue otra, el elenco criollo nunca mostró sus armas en Colombia.
No me explico cómo se puede perder tanto pundonor, talento y garra, que sacó este conjunto en sus presentaciones antes de la justa cafetera.
Supuestamente se hizo un cambio en el cuerpo técnico, porque sus antecesores no darían la talla en el Mundial y miren lo que pasó: al representativo istmeño no le alcanzó el resto físico para pelear y demostrar aquellas condiciones que reflejó en el Premundial de Guatemala o en el Mundialito que se realizó en el Rommel Fernández, días antes del inicio del torneo.
El cambio era para mejorar, nunca vi el beneficio. Esta variante lo que realmente hizo fue romper con el equilibrio y la confianza que traía el bando rojo, logrado con sus victorias en su camino al desafío.
Otro punto. No cabe en mi cabeza cómo si el señor Alfredo Poyatos trabajó con un mismo esquema táctico durante todo un proceso, por qué cuando llega la hora de la verdad es infiel al esquema que tantos beneficios le trajo al grupo.
Hay que ser fiel, creer y defender el criterio que uno tiene como persona y como profesional.
Los últimos dos compromisos vimos a una Rojita que salió bien parada los primeros 25 minutos y que con el pasar del tiempo fue superada emocional, física y anímicamente por sus rivales.
Cómo es posible que países como Nigeria, Portugal y México, a los que tuvimos como oponentes en la Copa Presidente de la República, hayan asegurado un lugar en los octavos de final del certamen, y Panamá ni siquiera hizo méritos para pelear por un puesto en estas instancias.
Ahora solo queda recibir a la Rojita el domingo en el aeropuerto de Tocumen.