Hace más de 2.000 años, un rico mercader griego tenía un esclavo llamado Esopo. Un esclavo no muy bien parecido, feo, pero de sabiduría única en el mundo.
Cierta vez, para probar las cualidades de su esclavo, el mercader ordenó: Toma, Esopo. Aquí está este saco de monedas. Corre al mercado y compra los mejores ingredientes para un banquete ¡y prepara la mejor comida del mundo!
Poco tiempo después, Esopo volvió del mercado y colocó sobre la mesa un plato cubierto por un fino paño de lino. El mercader levantó el paño y se sorprendió:
¡Ah!, ¿lengua? Nada como una buena lengua que los pastores griegos saben preparar muy bien. Pero, ¿por qué escogiste exactamente a la lengua como la mejor comida del mundo? El esclavo, con la mirada baja, explicó su preferencia: -¿Qué hay mejor que la lengua, señor? La lengua nos une a todos cuando hablamos. Sin la lengua, no podríamos entendernos.
La lengua es la llave, el órgano de la verdad y la razón. ¿Puede haber algo mejor que la lengua, señor? El mercader se levantó entusiasmado: Muy bien, Esopo. Realmente, me has traído lo mejor que hay. Toma ahora este otro saco de monedas. Anda de nuevo al mercado y trae lo que haya de peor, pues quiero ver tu sabiduría. Esopo volvió del mercado trayendo un plato cubierto por un paño. El mercader descubrió el plato y quedó indignado: ¡Qué! ¿Lengua? ¿No dijiste que la lengua era lo mejor que había? ¿Quieres ser azotado? Esopo bajó la mirada y respondió: La lengua, señor, es lo peor que hay en el mundo. Es la fuente de todas las intrigas, el inicio de todos los procesos, la madre de todas las discusiones.
Ahí está señor, por qué la lengua es la mejor y la peor de todas las cosas.
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