Érase una vez una gotita de rocío que vivía feliz en el borde de una hoja de helecho. Día a día, al alba, la gotita iba haciéndose cada vez más grande, pero ella seguía feliz, sujeta a su hoja observando todo lo que la rodeaba. Se había hecho amiga del sol, al que saludaba y le daba las gracias por hacerla todavía más hermosa, brillaba emitiendo destellos que parecían brillantes debido a la luz de su amigo. Saludaba al pajarillo que cantaba entre las ramas y ella, presumida, se balanceaba a su son, saludaba al conejo que salía madrugador en busca de comida, era un tragón y rebuscaba con sus patitas algo para llevarse a la boca moviendo su hocico... ¡Era feliz nuestra amiga!

Un día notó que pesaba más de lo normal, había crecido mucho y sentía que ya no podía sujetarse de su querida hoja. Miró hacia abajo con temor y vio el suelo, caía...

No quería caer, no sabía lo que había allí abajo, ¿qué le pasaría?, ¿desaparecería? Se esforzaba por seguir sujeta de su hoja, tenía miedo de hacerse daño... temblaba, cerró sus ojitos y de repente sintió cómo caía hacia el suelo.

Tenía miedo, ¡¡¡choooooffff!!! pero....... no sintió nada, a su alrededor había miles de gotitas como ella, era ella misma multiplicada.

Se había convertido en muchas gotitas idénticas, que le sonreían, todas sonreían... Saltaban hacia el sol y brillaban.

Nunca hay que tener miedo de lo que vendrá, porque esto puede resultar maravilloso. Puede ser que te conviertas en agua que nutre el suelo y la vida.