Trabajaba yo en una fábrica de juguetes, cuando se nos anunció la visita del dueño de una cadena de jugueterías que estaba a punto de realizar una compra grande.
Apenas entró el hombre a nuestra oficina, todos nos desvivimos por atenderlo. Había venido con su hijo de tres años, y nos pidió que cuidásemos al niño mientras él y el gerente hablaban.
Apenas quedamos solos, el niño empezó a llorar a gritos. Preocupados porque esto pudiera afectar el resultado de la negociación, nos dispusimos a hacer lo que fuera necesario para calmar al pequeño. Uno de mis compañeros le dio una gran pelota de plástico. Contrariamente a lo esperado, esto aumentó algunos decibeles el llanto del niño. Inmediatamente, otro le trajo una camioneta con control remoto. Nada. El llanto continuaba su rítmica melodía in crescendo. Un tercer comedido trajo una bicicleta, y un cuarto llamó a cuatro payasos que vinieron con globos y caramelos. ¡Para qué! El niño se asustó con tanto movimiento de gente y comenzó a correr por todos lados.
Ya estábamos todos con los nervios de punta cuando una de las chicas se levantó tranquilamente de su silla, se acercó al niño, lo alzó, le dio un beso y lo sentó en su regazo. Inmediatamente el niño cesó de llorar y se durmió en sus brazos.
No es preciso hacer grandes obras. A veces un gesto sencillo, una pequeña acción vale más que mil grandes cosas que pueda uno hacer. Como diría Don Bosco: "la santidad consiste en hacer bien las pequeñas cosas de todos los días". ¿Lo haces tú?.
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