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Ojo con los niños

Redacción | DIAaDIA

El niñito tenía claramente marcados dos correazos en sus muslos. Eran dos semicírculos rojos, en lo vivo, rodeados de un moretón con pintitas negras. Además, tenía otras marcas de golpes en su cuerpecito.

Sus pestañas inmensas subían y bajaban a medida que sus párpados luchaban por contener las lágrimas.

Sus ojazos negros eran muy expresivos y eso jugaba muy poco a su favor.

Había dormido aquella noche en un portal, como Jesús cuando nació. Tenía miedo de regresar a su casa porque su padre podía pegarle otra vez.

¿Por qué dormiste afuera?, le pregunté.

Bajó su cabeza de cabellera lacia y bien cortada, como para meditar su respuesta.

Es que él se había encontrado un celular y su papá se dio cuenta. Se había formado un lío en la escuela por eso, y lo llamaron para deslindar el asunto.

Pero, casualidad, hacía días se había hallado otro celular, y unas semanas antes otro. ¡Qué suerte la del chico!

Era obvio que mentía. Esos celulares fueron a parar a sus manos por otras causas, y me propuse averiguar el porqué de las acciones del pequeño.

Lo que descubrí no era nuevo para mí, en parte. Su madre lo había abandonado. Ahora vivía con su padre y... ¡sorpresa!... con la hermana de su madre, con quien el señor ya tiene otros hijos.

El niño se ha escapado antes. Sí, roba. Y yo me pregunto: ¿qué fue primero?, ¿el huevo o la gallina? ¿Roba para atraer la atención?, o ¿atrae la atención porque roba? Me inclino por ambas.

Un niño que crece sin madre necesita más demostraciones de afecto, de apoyo incondicional. No lo ha encontrado y por eso necesita llamar la atención, pero no lo logra. Ahora sí lo logró... a un alto precio.

¿Cuántos otros panameñitos viven en esas condiciones, con el silencio cómplice de la sociedad, de la familia, de los vecinos? ¡Abramos los ojos antes de que sea demasiado tarde!





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