Últimamente, he asistido a los cuartos de urgencia debido a padecimientos de salud de mi padre, y lo que he vivido es para ponerme a llorar de impotencia, aunque debo admitir que también he querido abrazar a algunos médicos y enfermeras por hacer la diferencia y tratar con humildad y respeto a los pacientes.
Estando en urgencias del hospital Aquilino Tejeira de Penonomé el pasado sábado, desde las 7:30 de la noche hasta la 1:30 de la mañana, observaba cómo un médico joven trataba de dividirse en mil para atender bien a todos. Sobresalía por su estatura y su agilidad para correr de aquí para allá. Su cabello lacio, peinado al estilo moderno, coronaba un rostro preocupado, pero que sonreía cuando trataba de brindar confianza a sus pacientes.
Paralelamente, observaba la otra cara de la moneda: dos médicos mayores que él, que no eran especialistas de turno, conversaban despreocupadamente en la estación de enfermeras. Todo era un chiste, mientras la gente esperaba por su atención. Así pasaron el turno. El médico joven seguía atendiendo, los otros se fueron y entraron dos más, cada uno con peor actitud que el otro.
Uno se quejaba de que le ponían turnos de madrugada y vociferaba a viva voz que si no se los cambiaban, pediría su traslado, porque en Chepo o en Aguadulce le podía ir mejor y ganaría más.
El otro, se dedicó a sacar más de una resma de copias, hoja por hoja. No los vi atender a ningún paciente, desde las 12:00 medianoche hasta la 1:30 de la madrugada. ¿Y el juramento Hipocrático?
Aquel médico joven había terminado su turno, pero como nadie había atendido a mi papá, él se quedó y lo hizo.
Osé preguntarle por qué el único que trabajaba era él, y respondió con sencillez: "quizás porque soy el único al que le interesa esto".
Sí, a eso se reduce todo. Mientras tanto, las autoridades de Salud se hacen de la vista gorda y miran para otro lado.