HISTORIAS
La prudencia

Redacción | DIAaDIA

Mi padre tenía un pequeño negocio en el que daba empleo a unas quince personas todo el tiempo.

Pasteurizábamos y homogeneizábamos leche cada mañana, y la embotellábamos para uso doméstico y para restoranes.

Durante los meses de verano, había hileras y más hileras de turistas ansiosos, formados frente al mostrador del helado casero, en espera del diario placer que se concedían con las más exquisitas recetas de mi padre. Un día de 1967 recibimos una nueva empleada llamada Debbie, que nunca había hecho esta clase de trabajo, pero estaba resuelta a dedicarle su mejor esfuerzo.

Su primer día, Debbie cometió prácticamente todos los errores posibles: hizo sumas equivocadas en la máquina registradora y quebró frascos de leche.. Entré en la oficina de mi padre y le dije: Te ruego que salgas y vayas a poner fin, a la torpeza de esa chica. Yo esperaba que él saliera sin más a la tienda y la despidiera en el acto. Se levantó de su escritorio y caminó hacia Debbie y le dijo, poniéndole la mano sobre el hombro- he estado observándote todo el día, y vi cómo trataste a la señora Forbush. Debbie se sonrojó y las lágrimas se le asomaron a los ojos, mientras se esforzaba por recordar a la señora Forbush. Mi padre continuó: Jamás la había visto conducirse con tanta cortesía, con ninguno de mis empleados. Tú supiste muy bien, cómo convenía tratarla. Estoy seguro de que va a querer, que tú la atiendas cada vez que vuelva. Sigue trabajando así.

El premio para mi padre, por haber sido un empresario tan prudente y compasivo fue que se ganó una empleada leal y muy trabajadora.

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