
Esperaban inocentemente las donaciones.
FOTOS: YANELIS DOMINGUEZ
Esperaban inocentemente las donaciones.
FOTOS: YANELIS DOMINGUEZ
Esperaban inocentemente las donaciones.
FOTOS: YANELIS DOMINGUEZ
Toman agua no potable.
Ricos alimentos degustaron los niños.
La cocina de la escuela es un fogón.
Esperaban inocentemente las donaciones.
FOTOS: YANELIS DOMINGUEZ
Toman agua no potable.
Ricos alimentos degustaron los niños.
La cocina de la escuela es un fogón.
Esperaban inocentemente las donaciones.
FOTOS: YANELIS DOMINGUEZ
Toman agua no potable.
Ricos alimentos degustaron los niños.
La cocina de la escuela es un fogón.
Esperaban inocentemente las donaciones.
FOTOS: YANELIS DOMINGUEZ
Toman agua no potable.
Ricos alimentos degustaron los niños.
La cocina de la escuela es un fogón.
Esperaban inocentemente las donaciones.
FOTOS: YANELIS DOMINGUEZ
Toman agua no potable.
Ricos alimentos degustaron los niños.
La cocina de la escuela es un fogón.
Una lucha que no acaba. A 10 horas aproximadamente de la capital de Panamá está ubicada una comunidad llena de carencias y que solo ve la luz cuando personas de buen corazón se identifican con sus necesidades.
Es la comarca Ngäbe-Buglé, que resguarda en sus entrañas una población que sufre la falta de alimentos, educación y modernidad, pero aún así tienen una sonrisa para todo aquel que llega a visitarlos.
Días atrás, DIAaDIA publicó la triste realidad de esta comunidad, y se dejó claro que los que más sufren son los niños; es así como una empresa se solidariza con este reportaje y realiza una hermosa contribución.
El recorrido y la donación
Son las 2:00 a.m. y tres autos de la empresa Fraiche Panamá se disponen a salir de la de la ciudad capital, muchos de sus ocupantes con la incertidumbre de qué se encontrarán en el recorrido, pues es la primera vez que visitan la comarca Ngäbe-Buglé.
Lo que sí sabían los visitantes es que alegrarían el día de muchos niños de la escuela de Guary.
Luego de cuatro horas de viaje, la emoción de las personas que viajan aumenta, pues José Gallardo, guía del lugar, hizo la primera llamada para decir que en la escuela los niños estaban listos y esperando la llegada de los desconocidos.
Tres horas después, la sonrisa de los colaboradores que iban a bordo de los autos se transformó en un poco de incertidumbre, pues los caminos entrando por Tolé, Chiriquí, con dirección a la comarca son malos.
Los grandes precipicios y las carreteras en mal estado son trampas de muerte para llegar al paraíso de los ngäbes y buglés, pero aún así la marcha siguió hasta llegar al lugar de destino.
Llegada a la comarca
A las 10:00 a. m., un grupo de niños corre detrás de los autos, otros se colocan en la cerca y observan interesados en saber quiénes son los que llegaron a su escuela, el único lugar donde reposan sus esperanzas de un futuro mejor.
Los pequeños no dudaron en abrazar a todos y rodear el carro y preguntar inocentemente qué traían; uno de ellos dijo: “Nos traen mangos”, lo que causó risas entre visitantes.
Poco a poco fueron bajando las sorpresas, mientras que los maestros y pequeños organizaban un acto de bienvenida con cantos, actuaciones y poesías.
Al terminar, todos hacían sus filas y recibían entusiasmados sus platos de comida y alimentos secos.
Otras necesidades
La escuela de Guary, que alberga a 216 niños ngäbes y buglés, tiene en sus estructuras salones de zinc que durante el día son muy calientes y en temporada lluviosa podrían ser blanco de los relámpagos, lo que según su directora, Esther Concepción, es alarmante.
Otro de los problemas es la falta de agua potable, pues los niños tienen que tomarla de un pozo o tuberías comunales que no tienen ninguna purificación, lo que causa enfermedades.
Mientras, las aulas poseen con pocas sillas, otras tienen pisos de tierra, lo que es inhumano para con los pequeños.
Peor aún están los servicios de letrinas que los niños utilizan para hacer sus necesidades, por lo que sus profesores hacen un llamado a las autoridades para que se acuerden de este colegio que tiene tantos pesares.
Las calles
Las vías de acceso son difíciles y los niños caminan horas para poder llegar a la escuela, y por el momento, lo único que pueden ofrecerles es un vaso de crema, ya que ni acompañamiento le tienen a la merienda matutina.