"Tanto da el agua al cántaro, hasta que lo revienta", dice un viejo refrán. Bueno, espero que rece así, porque en cuestiones de refranes, soy peor que Chespirito.
Éste viene al pelo. Yo no sé ustedes, pero yo estoy asustada.
Cuando los niveles de tolerancia llegan, como la temperatura, al grado cero o, peor aún, bajo cero, no hay cuerpo desnudo que lo resista.
Yo siento que los panameños estamos desnudos ante el peor clima que hayamos tenido en la historia reciente.
Los niveles de intolerancia que, a la postre, desembocan en violencia, están bajo cero. Las bajas pasiones se han desencadenado en la sociedad, y los gobernantes... ni fu ni fa, como las payasitas, con la diferencia de que éstas son divertidas y lo que está ocurriendo entre los sindicatos, y entre los pandilleros, y entre los tumbadores de droga, y hasta entre políticos, no tiene nada de divertido.
Mi papá siempre ha dicho: "Contra la pereza, diligencia". Eso es lo que tenemos que hacer los panameños que repudiamos la violencia.
¿Cómo ser diligentes? Bueno, por algún lado hay que comenzar. Y eso es por el principio: la familia y la escuela.
Sin ánimo de parecer pesimista, creo que los sindicalistas radicales, los políticos aprovechadores y los maleantes ya no tienen remedio. Los primeros deben estar fuera de los gremios, y los segundos, en la cárcel... si la justicia fuera eso: justicia.
Es entre los niños y la juventud donde tenemos que volver a sembrar la semilla de los valores cívicos y morales. Eso se logra con un adecuado sistema educativo, con gremios docentes comprometidos con la patria y no con sus intereses, con padres y madres responsables, con medios de comunicación conscientes de su responsabilidad social y con gobiernos con visión de futuro, formados por gente de bien.
¡Ay, Dios mío! Hice estrictamente lo que no quería: dar un sermón y que todo quede en bla, bla, bla, como los políticos.
Bueno, se me contagió... al fin y al cabo ¡my name is Panamá!
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