Boby era el hermano pequeño de seis ratoncitos blancos. Y era, con diferencia, el más travieso. Siempre se escapaba, se perdía, porque creía que nadie en su casa lo quería.

Un día empezó a andar y andar hasta que vio una enorme bola roja atada a un cordel, brillando al sol. Fue acercándose y se dio cuenta de que era un hermoso globo, lleno de aire, cuyo cordel había quedado atrapado entre unas ramas. Lo estiró y trepó por el cordel hasta encaramarse al globo y… ¡oh maravilla de las maravillas! El globo empezó a subir, a subir muy alto, por encima de los árboles y de los valles, cruzó el pueblo, sobrevoló campos, ríos.

¡Cuántos colores, cuántas cosas nuevas para él!… Pero… de repente pensó:

¿Cómo iba a hacer para bajar? ¡Oh, ahora se daba cuenta de lo que realmente había hecho! ¿Y sus padres? ¿Y sus hermanos? Estarían buscándolo desesperados.

Estaba ensimismado en sus pensamientos cuando, de repente, la rama de un árbol se clavó en el globo y lo hizo explotar. Boby cayó al suelo de golpe, donde quedó aturdido y con su cabecita dando vueltas sin parar. Pasaron tres días y tres noches, sus patitas estaban llenas de rasguños. El cuarto día creyó reconocer su pueblo a lo lejos. Su corazón latía cada vez más fuerte, como un reloj, toc, toc, toc. Así llegó a la madriguera a la que se lanzó de cabeza.

Todos lo abrazaron, muy contentos de volver a estar todos juntos. Se dio cuenta de que, a pesar de todo, su familia le amaba y se preocupó por él.