El reloj marcaba las 11:35 a.m. de ayer cuando el avión presidencial sobrevoló varias veces el cielo de Albrook, y minutos después, el campeón olímpico de salto, Irving Saladino, apareció.
Un gran estruendo se escuchó, eran los gritos del pueblo, de la gente que desde tempranas horas se apersonó, con banderas y pancartas al Aeropuerto de Albrook para ver y saludar al héroe.
La ovación al unísono continuó y las lágrimas corrieron por las mejillas de una chica que, desde Veraguas, viajó para ver de cerca a su nuevo ídolo. Como ella, muchos lloraron de la emoción.
El campeón colonense se asomó vestido con una camisa blanca, una bandera en su mano derecha y sujetando con su izquierda la dorada medalla, misma que enseñaba al cielo de Panamá. En ese momento, el oro brilló más que nunca para iluminar a toda una nación.
Fue el primer contacto de Saladino con la patria, la primera pisada de un campeón que ha pasado a convertirse en el ídolo de todo un país.
Al bajar del avión, Saladino caminó junto a sus padres y saludó a sus hermanos.
Luego se dirigió a uno de los autos que lo esperaban para llevarlo a las escalinatas del Canal donde lo esperaba una gran fiesta.