Había una vez un rey que tenía cuatro esposas. Él amaba a su cuarta esposa más que a las demás y la adornaba con ricas vestiduras y la complacía con las delicadezas más finas. Sólo le daba lo mejor.
También amaba mucho a su tercera esposa y siempre la exhibía en los reinos vecinos. También amaba a su segunda esposa. Ella era su confidente y siempre se mostraba bondadosa y paciente.
La primera esposa del rey era una compañera muy leal y había hecho grandes contribuciones para mantener tanto la riqueza como el reino del monarca. Sin embargo, no la amaba, apenas si él se fijaba en ella.
Un día, el rey enfermó y se dio cuenta de que le quedaba poco tiempo. Pensó acerca de su vida de lujo y caviló: "Ahora tengo cuatro esposas conmigo, pero cuando muera, estaré solo".
Así que le preguntó a su cuarta esposa: "Te he amado más que a las demás, ¿estarías dispuesta a seguirme y ser mi compañía?" "¡Ni pensarlo!", Contestó la cuarta esposa. Y así fue preguntándole a las demás y le contestaban que no. Entonces escuchó una voz: "Me iré contigo y te seguiré doquiera tú vayas", dijo la primera esposa. El monarca se dio cuenta de que debió atenderla.
Todos tenemos cuatro esposas en nuestras vidas, la cuarta es nuestro cuerpo, la tercera, nuestras posesiones; la segunda esposa es nuestra familia y amigos. Y nuestra primera esposa es nuestra alma, frecuentemente ignorada en la búsqueda de la fortuna, el poder y los placeres del ego.
¡Así que, cultívala, fortalécela y cuídala ahora!
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