Cuando conocí a Margarita, era sólo una adolescente. Ella, una mujer con dos hijos, joven, pero sin brillo en los ojos. Nos hicimos amigas, pese a la diferencia de edades, y es que compartíamos el amor por Dios. Íbamos juntas a la iglesia, nos contábamos nuestras intimidades, se convirtió en mi amiga. Un par de años más tarde me enamoré, ella trabajaba mucho; nos fuimos distanciando. Antier la vi, su rostro estaba iluminado, el amor llegó a su vida y me confesó que este caballero adoraba a sus tres hijos como si fueran de él. Me contó que había decaído en la depresión, pero que cuando más lo necesitó, Dios buscó la manera de ayudarla. Su abuela antes de morir, le dijo que buscara en su cómoda un papel plastificado y que se lo leyera, ya que esa sería la herencia que le dejaría a ella, su objeto más preciado, su fortaleza, lo único que la había ayudado a mantenerse en pie toda su vida.
Era una carta de Dios y decía así: "Tú, que eres un ser humano, eres mi milagro. Y eres fuerte, capaz, inteligente y lleno de dones y talentos. Cuenta tus dones y talentos. Entusiásmate con ellos. Reconócete. Encuéntrate. Acéptate. Anímate. Y piensa que, desde este momento, puedes cambiar tu vida para bien, si te lo propones y te llenas de entusiasmo; y sobre todo, si te das cuenta de la felicidad que puedes conseguir con sólo desearlo. Eres mi creación más grande. Eres mi milagro. No temas comenzar una nueva vida. No te lamentes nunca. No te quejes. No te atormentes. No te deprimas". Te ama: Dios. ¿Cómo no cambiar mi vida?, me dijo. Ahora es feliz.
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