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ENTRE NOS
¡Qué tareíta!

Elizabeth Muñoz de Lao | DIAaDIA

En mis años mozos leí buenos libros de autoayuda y de cómo lograr el éxito. Entre esos, "El vendedor más grande del mundo", de Og Mandino, así como "El secreto más grande del mundo", entre muchos otros.

Hoy, no leo libros de autoayuda, no me gustan. Creo que porque mi noción de lo que es el éxito no se ajusta mucho a lo que dicen los libros.

De todos modos, estos días he pensado mucho en releer los que ya leí. ¿Saben por qué? ¡Porque no me siento la mejor madre del mundo!... como el vendedor.

Esta columna es como una catarsis. Tengo buenos hijos, pero a veces siento que les exijo mucho para su edad, y otras, que no les exijo nada y, por consiguiente, no dan más de sí.

Veo las dos caras de la moneda y, hay momentos, en que veo sólo el filo. Es decir, que haga lo que haga, piense lo que piense, siempre el resultado es: ¡otra vez la peor madre del mundo!

Cuando se tienen hijos adolescentes, a las madres se nos revuelven las hormonas tanto como a ellos. Las dudas sobre cómo tratarlos, cómo guiarlos, qué estamos haciendo mal y qué estamos haciendo bien, nos invaden en la mañana, en la tarde y en la noche.

Si los regañamos, nos preguntamos más tarde si la culpa de algo que salió mal es de ellos o de nosotras. Si no los regañamos, nos sentimos irresponsables.

Si los castigamos, nos preguntamos si el fallo de ellos no se debe a las fallas nuestras. Si no los castigamos, otra vez nos sentimos irresponsables y malas madres.

Si les metemos un "trompón" por no salir bien en la escuela, más rápido que ligero nos cuestionamos por aquello del "maltrato físico". Si no se los metemos, quedamos preguntándonos si nuestras madres fueron más valientes que nosotras, porque a ellas no les temblaba la mano cuando de darnos un nalgazo y hasta varios correazos se trataba.

Y heme aquí, pensando cómo guiar a mis hijos sin que ellos o yo muramos en el intento.

Yo no sé ustedes, que también tienen hijos adolescentes, pero yo siento que, aunque tengo buenos hijos, no sé cómo hacerles entender que deben tener su cuarto en orden, que debe fregar su plato cuando acaba de comer, que tienen que ayudar en los quehaceres, que deben portarse bien en la escuela y que cuando mamá y papá dicen "por ahí", es por ahí.

Antes, nosotros no lo entendimos, pero el correazo nos hacía entender. Hoy, no pegamos, pero las palabras no los hacen entender. Entonces, ¿qué hacemos? Seguiré investigando.





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