En la ciudad de Shawakis viv�a un pr�ncipe amado por todos: hombres, mujeres y ni�os. Aun los animales del campo se acercaban a �l para saludarlo.
Sin embargo, la gente dec�a que su esposa no lo amaba y, a�n m�s, que lo odiaba.
Cierto d�a, la princesa de una ciudad vecina lleg� a visitar a la princesa de Shawakis. Y, sentadas, conversaron, y sus palabras derivaron hacia sus esposos.
La princesa de Shawakis dijo con pasi�n:
-Envidio tu felicidad con el pr�ncipe, tu esposo, a pesar de tantos a�os de matrimonio. Yo odio a mi esposo, no me pertenece a m� sola y soy la m�s infeliz de las mujeres.
La princesa de visita, mir�ndola, dijo:
-Amiga m�a, la verdad es que t� amas a tu esposo. S�, y a�n sientes por �l una pasi�n viva. Y eso es vida para una mujer, como la primavera para un jard�n.
En cambio, api�date de m� y de mi esposo, pues nos soportamos en paciente silencio. Y, sin embargo, t� y los otros consideran a eso felicidad.
Se�ores, caras vemos, corazones no sabemos.